En 408, pueblos bárbaros conocidos como alanos, suevos y vándalos pasaron a la Hispania romana. Durante tres años camparon en libertad hasta que firmaron un tratado por el cual se establecían bajo el poder nominal de Roma en determinadas zonas y con ciertas condiciones que garantizaran la seguridad de los hispanos. Se trataba de algo provisional, Roma intentaba ganar tiempo mientras se reforzaba.
En 417, envió a sus aliados visigodos a Hispania con el objetivo de
acabar con los invasores. En dos años eliminaron a los alanos y a los vándalos.
Roma, impresionada por la fortaleza militar y por la posibilidad de que los
visigodos se adueñaran de la península, decidió retirar la misión y
establecerlos en la provincia gala de la Aquitania, en el suroeste de
Francia.
En 420, Roma ya intervino directamente en la región, aunque el general
comisionado para la misión, el comes Hispaniarum (conde de las
España) Asterio, no consiguió un éxito definitivo.
Aun así, el emperador Honorio felicitaba a los soldados acantonados en Pamplona por sus recientes
victorias, al igual que establecía las condiciones concretas
del hospitium, servicio al que estaban obligados los pamploneses y por el
que debían alojar y sostener a sus expensas a estos efectivos militares.
TRIBUS BÁRBARAS EN HISPANIA |
Las
sucesivas intervenciones visigodas en Hispania les habían convertido en el
auténtico poder fáctico. En 441 y 413, los visigodos de Merobaudes
derrotaron a los bagaudas Arecellitani, en Araciel, despoblado de las cercanías
de Corella (Navarra). Los bagaudas fueron un grupo de elementos de baja
posición social que agrupaba a pequeños propietarios descontentos por la
presión fiscal de la administración romana, así como a colonos y a esclavos que
habían huido de sus señores. Otra rebelión mayor tuvo lugar en 449, liderada
por Basilio; sus efectivos se vieron incrementados por la devastación
de Vasconia por el rey suevo Requiario, quien se dirigía hacia
Aquitania para casarse con la hija del rey visigodo Teodorico I. Un ejército
visigodo acabó con esta revuelta por la fuerza de las armas en el 454.
Cuando
los visigodos derrotaron a los suevos a orillas del río Órbigo, entre León y
Zamora, ya mantenían guarniciones en algunas de las principales ciudades como
Sevilla, Mérida, Astorga y Pamplona como última etapa antes de los Pirineos.
Con
la llega al trono del rey Eurico, en 466, los visigodos fueron ocupando el
poder que les iba dejando un Imperio romano en descomposición interna y, ya en 472,
controlaban todo el territorio al norte del Ebro.
Cuando
el emperador Alarico II fue derrotado por el rey franco Clodoveo, en 507, el
pueblo visigodo se instaló definitivamente en la Hispania romana hasta la
desaparición del Reino Hispano-visigodo en 711. Durante este periodo de
tiempo, los enfrentamientos entre visigodos y vascones fueron
constantes, mientras que estos últimos ya hacían su presencia a ambos lados de
los Pirineos.
Varias
son las referencias escritas a los términos Vasconia y vascones en
ese plazo de tiempo. La primera de ellas se refiere a una región del norte de
Hispania de límites inciertos y que se correspondía con parte de una antigua
circunscripción tributaria del Alto Imperio romano. El Anónimo de Rávena, obra bizantina de mediados del siglo VII, se refería al territorio de los
vascones rodeado de montañas por tres de sus lados y por el norte, por el
océano: posiblemente se refería a un establecimiento de estas gentes al norte
de Pamplona, quizás englobando áreas de Guipúzcoa, Vizcaya y Huesca.
En
este hábitat, San Isidoro de Sevilla caracterizó en sus obras a los vascones
como pueblos montañeses errantes (montiuagi populi), situándoles en
una amplia franja de terreno en las tierras altas del Pirineo. Las fuentes
francas como San Gregorio de Tours, Fortunato y Fredegario siempre destacaron
el carácter pirenaico de los vascones. Se
trataba de poblaciones con una economía pastoril y primitiva sometida a un
inestable equilibrio. Cualquier crisis de subsistencia o un desfase poblacional
que presionara sobre sus escasos recursos traería consigo graves problemas, que
se resolverían depredando los territorios vecinos. Los habitantes del resto de
Navarra y de Álava no pueden ser tratados como vascones, al no entrar en esta
caracterización de poblaciones montañosas.
Una vez que el poder se estableció en el Reino Hispano-visigodo, el primer acontecimiento sucedido en Navarra fue en 541, cuando los reyes francos Childeberto I y Clotario I atravesaron los Pirineos con el objetivo de tomar Zaragoza, ciudad clave en todo el territorio. Tras sitiarla sin éxito, su retirada, en muchos aspectos un preludio de Roncesvalles, fue un completo fracaso, aunque no consta la actitud de los vascones durante el desarrollo de los acontecimientos.
Esta
intervención franca fue el inicio de una serie de continuos enfrentamientos en
zona peninsular durante más de un siglo. En algún momento llegaron incluso a
controlar la antigua Cantabria, desde la Rioja a Santander, lo que
implicaba a las actuales provincias Vascongadas y Navarra como áreas
inmediatas a la frontera. No se conoce el momento exacto en que se produjo esta
expansión, pero si que fue durante el reinado de Sisebuto (612-621), el mérito de derrotar al duque Francio y restaurar la soberanía visigoda. La
constante influencia y ocasional presencia franca está verificada por el
hallazgo de varias necrópolis (Aldaieta y Alegría en Álava, Finaga y Malmasín
en Vizcaya, Pamplona y Buzaga en Navarra).
En
todo el valle del Ebro, Leovigildo se dedicó a eliminar los
focos de poder local que estaban respaldados por los francos. Primero intervino
en Cantabria en el año 574 y, siete años más tarde, sometió a los vascones
fundando la plaza fuerte de Victoriacum (Vitoria), desde la que podía
controlar futuras perturbaciones.
EXPANSIÓN DEL REINO HISPANO-VISIGODO |
Una
nueva intervención visigoda se produjo en 621, durante el reinado
de Suíntila cuando los vascones invadían la provincia
Tarraconense, que comprendía todo el valle del Ebro y las montañas cercanas,
hasta que fueron completamente derrotados y se rindieron de forma incondicional.
Los vascones aceptaron el pago de tributos, entregaron rehenes y tuvieron que
construir la ciudad de Ologicus (Olite) para garantizar su propio
control.
La
inestabilidad volvió en los años siguientes, pues una lápida de Villafranca de
Córdoba está dedicada a Oppila, un noble godo que murió en 642 durante una
emboscada de los vascones cuando transportaba suministros al ejército.
En
los siguientes sucesos, los vascones aparecieron como grupos turbulentos procedentes
de las montañas, pero que carecían de iniciativa propia, actuando bajo el
control de alguno de los pretendientes a la corona del reino visigodo. Una
inestabilidad motivada por las ambiciones personales de los miembros de la alta
nobleza que se disputaban el poder. Las sublevaciones eran habituales en las provincias
Tarraconense y Narbonense (sureste de Francia), y los usurpadores querían
contar en todo momento con quienes habían demostrado continuamente su
belicosidad y buen hacer con las armas.
RELIEVE ECUESTRE DE LEOVIGILDO |
En 653, un grave conflicto estalló en la provincia Tarraconense, en los
momentos finales del reinado de Chindasvinto. Froy, dux de
la Tarraconense, trató de canalizar todo el descontento de una parte importante
de la nobleza. Contaba para ello con el apoyo de toda su provincia, así como con
el de los vascones. Tras unos primeros éxitos que le llevaron a sitiar
Zaragoza, los aliados fueron finalmente derrotados por Recesvinto, que acababa
de suceder a su padre.
El
aviso fue importante, pero no sirvió de mucho y la situación se repitió en 672, ahora con la presencia de los francos, que trataron de medrar en estas aguas cuando tuvo que desplazarse a la zona de Cantabria para efectuar
operaciones contra los vascones. En éstas estaba cuando Ilderico, conde de
Nimes, sublevó la provincia de Narbona. El conde visigodo Paulo fue
enviado para someterlo y, efectivamente, eso hizo pero utilizó la victoria en
su propio provecho. Apoyado por los rebeldes recién derrotados, a los
que sumó otros nobles de la Tarraconense, y el de francos y vascones, se declaró
rey y se enfrentó a Wamba abiertamente. Éste tuvo que actuar con celeridad, y
en apenas siete días logró castigar a los vascones y conseguir su sumisión,
tras lo cual se desplazó a la Narbonense, donde puso fin al alzamiento.
Ambos
hechos parecer estar coordinados, una primera revuelta de los vascones, que se
negaban a entregar los tributos debidos, llevó al rey hasta la región.
Inmediatamente, y mientras tenía las manos atadas, se produjo un segundo
conflicto más importante, pues ya implicaba a la nobleza goda y a elementos
externos.
SEDES EPISCOPALES Y PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS |
Un
calco de estos acontecimientos se produjo en 710, tras la muerte de
Witiza. Un sector de la nobleza visigoda eligió a Rodrigo, duque de la Bética,
mientras otra facción optó por Agila II, posiblemente un hijo del difunto rey.
Éste contaba con los mismos apoyos que Paulo: las siempre rebeldes provincias
de la Tarraconense y la Narbonense, los francos y los vascones.
Cuando
se produjo el desembarco sarraceno en Tarifa, Rodrigo se encontraba reprimiendo una rebelión en Pamplona, ciudad perteneciente a la región Tarraconense y, por tanto, al bando witizano, seguramente tras haber sometido Zaragoza. Siempre
se trató de una guerra civil entre dos parte de un mismo reino Hispano-visigodo.
El
bando witizano pactó con los musulmanes del norte de África una intervención
bélica en la guerra civil para derrotar a las tropas de Rodrigo. A cambio,
estos recibirían el botín de guerra que consiguiesen como recompensa. Y así fue como tras haber cruzado el estrecho de Gibraltar y conquistar Toledo, vencían a
Rodrigo en la batalla de Guadalete. Su entrada fue imparable y dos años más
tarde sitiaron Zaragoza.
GUERREROS HISPANO-VISIGODOS |
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